¿A qué viene a Colombia el secretario general de la ONU?

Colombia es el primer destino de António Guterres, secretario general de la ONU, en América Latina. Llega a Bogotá este sábado en un periplo relámpago de dos días con una agenda múltiple: entrevista con el presidente Juan Manuel Santos, reunión con el gabinete de paz, encuentro con la cúpula de las Farc y visita a territorios claves (Mesetas, Meta) para el posconflicto y para los programas de desminado.


Aunque apenas lleva un año en el cargo, Guterres está familiarizado con la realidad colombiana. Estuvo en Bogotá ya elegido, pero antes de posesionarse, como parte de una delegación de su país, Portugal. Desde ese momento el presidente Santos le habló de la visita oficial de este fin de semana. Ya había venido antes a la cabeza de Acnur, la agenda de la ONU para refugiados. Y en sus 12 meses al frente del máximo organismo multilateral, el secretario general ha trabajado con Colombia: la ONU tiene desplegada una gran misión política para verificar y acompañar la implementación del acuerdo de paz con las Farc, y para supervisar el cese al fuego –terminado el martes pasado– con el ELN. En un clima de enorme incertidumbre por la estabilidad mundial, la ONU tiene en la paz en Colombia una de sus pocas historias de éxito para contar.

Guterres llega en un momento complejo. Los exguerrilleros de la Farc tienen quejas por incumplimientos de lo pactado y porque el Estado ha implementado pobremente varios de sus compromisos. Jean Arnaud, exdiplomático francés que encabeza la misión de ese organismo para el proceso de paz, ha señalado varias fallas que han causado una salida casi masiva de los exguerrilleros de las Farc de las zonas de concentración. La opinión pública está polarizada, en medio de una pugnaz campaña electoral, los Estados Unidos de Trump suben el tono por el crecimiento de cultivos de hoja de coca, y el cese al fuego bilateral con el ELN expiró sin posibilidades de refrendarlo.

En vísperas del viaje del funcionario internacional, el vicepresidente Óscar Naranjo presentó ante el Consejo de Seguridad –el máximo organismo de la ONU, que autorizó la misión de apoyo a Colombia– un optimista informe sobre la implementación de los acuerdos firmados en Cartagena ante el predecesor de Guterres, Ban Ki-moon, y modificados en el Teatro Colón. La incorporación de excombatientes a la vida civil se ha llevado a cabo después del proceso de desarme en el que las Farc entregaron sus armas a la ONU.

Pero hay inquietudes. Iván Márquez, exjefe del equipo negociador de la guerrilla, acaba de elevar una consulta ante los más altos organismos de la organización mundial para conocer su concepto sobre la obligatoriedad de cumplir lo pactado con el Estado. Más que una crítica a una falta de compromiso del gobierno de Juan Manuel Santos, se trata de asegurar el alineamiento de todas las entidades –incluidas Congreso y cortes– mencionadas en el acuerdo final del Teatro Colón, depositado en la Confederación Suiza y en Ginebra como acuerdo especial dentro del derecho internacional humanitario. El objeto sería blindarlo ante la oposición de algunas fuerzas en el actual o en el próximo gobierno.

En el Consejo de Seguridad también surgieron preocupaciones en vísperas del viaje de Guterres. Aunque mantuvieron el apoyo al proceso de paz, y no está en duda su mandato de trabajar en la implementación del acuerdo, se oyeron voces de alarma por el incremento en los asesinatos de líderes sociales. La sesión del Consejo, en Nueva York, coincidió con el final del cese al fuego con el ELN, en el que la ONU actúa como verificador. Los actos terroristas cometidos por este grupo y el llamado a consultas del equipo negociador hecho por el gobierno –aunque la ONU no tiene un papel tan protagónico como con las Farc– también están en la mente de Guterres y serán uno de los puntos clave de su charla privada con Santos.

Muchos se preguntan qué tanto es posible corregir las fallas en la implementación de los acuerdos con la visita del secretario general. Los analistas consultados por SEMANA son escépticos. Los encuentros del alto funcionario con el presidente Santos, su gabinete, organizaciones regionales y miembros de las Farc pueden ser útiles para aclarar su visión sobre el país y los resultados del trabajo de la ONU. Pero este diagnóstico existe desde antes de la llegada de Guterres a Colombia, como producto del trabajo rutinario y del flujo normal de información que le envían a Nueva York las agencias de las Naciones Unidas. Poco va a cambiar.

También han generado preocupaciones la falta de coordinación entre las misiones de las agencias del sistema de la ONU. Este problema siempre se ha presentado en los países en los que hay una presencia apreciable de varias instancias. No solo tienen una comunicación difícil, sino que llegan a presentarse tensiones y hasta pulsos de poder. Esto se ha visto en Colombia, sobre todo después de la llegada de la misión especial aprobada por el Consejo de Seguridad, encabezada por Arnault. Sus relaciones con otros funcionarios que ya estaban en el país desde hace años no han fluido con facilidad. Es el caso con Todd Howland, representante del alto comisionado para los derechos humanos, quien está de salida. Sus visiones no siempre han coincidido plenamente. Pero esa divergencia tiene que ver con la diferencia de visión de las dos instancias –la misión especial para el proceso de paz y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos–, frente a lo cual poco o nada puede lograr una visita del secretario general.

En cuanto a las relaciones entre el gobierno y la ONU tampoco habrá grandes cambios. El vínculo es excelente, en el sentido de que en Nueva York ven con gran simpatía el proceso de paz colombiano y el gobierno considera que el papel de la organización como legitimador de los acuerdos ha sido positivo. La cercanía de la embajadora María Emma Mejía con la cúpula de la ONU no podría ser mejor. Y la visita protocolaria de Guterres solo va a afianzar este panorama. Aunque Colombia ha sido siempre reticente a la intervención excesiva de organismos internacionales en la realidad interna, el gobierno considera que el proceso de paz ameritaba la búsqueda de nuevas concepciones y que el esquema logrado produce controversia, pero finalmente es aceptable.

En otro sentido, se han presentado diferencias entre Arnault y el gobierno por algunas declaraciones suyas sobre la lentitud en la implementación de los acuerdos. Algunos analistas consideran que la comunicación de Arnault con las Farc es más productiva que con la Cancillería. Esto se debe a que en el terreno hay problemas evidentes. Pero lo cierto es que la puesta en marcha de un acuerdo tan complejo y amplio siempre tiene dificultades y sus problemas no se deben a falta de compromiso del gobierno. Guterres recibirá del presidente Santos la reiteración de que seguirá adelante con lo pactado y de que corregirá las deficiencias.

Al fin y al cabo, la percepción negativa de los colombianos se debe a la pugnacidad en el panorama político y a la polarización entre el gobierno y la oposición. La comunidad internacional hace rato acepta y admira el proceso de paz, mientras muchos a nivel de la política interna lo ven con escepticismo crítico. Santos nunca logró que el prestigio externo contrarrestara el malestar doméstico y es poco probable que la presencia de Guterres en Bogotá alcance ese objetivo.

Como suele ocurrir en las visitas protocolarias, las partes se sentirán satisfechas. Más que cambiar las tendencias, se consolidará una relación entre la ONU y el Estado colombiano, que nunca había llegado a tan altos niveles de cooperación.

Fuente: Semana

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