El acoso no es, solo, una cuestión de damas y caballeros

No se trata de saberlo pedir, nosotras “no damos” sexo; nosotras nos damos placer con otras personas. Yo me apersono de mi placer; yo no doy sexo como quien da una moneda en la calle a un vagabundo.


Ahora, valdría la pena preguntarse –si tenemos en cuanta lo afirmado por Caballero- ¿ustedes, mujeres, “lo dan” o se dan placer con un gamín que les pide sexo de “tosca manera”? ¿en eso consiste que nosotras “lo demos”, o no? Una cosa que no soporto son esos adagios machistas cargados con mensajes vulgares que desestiman la voluntad de las mujeres; según la lógica de esos dichos, un polvo depende de cómo “lo pide” el hombre; no del sano criterio, decisión y deseo de la mujer. Ese adagio horrible según el cual, no hay mujer que no lo dé, sino hombres que no saben pedirlo…¡¡Ayyy por favor!!, es otra de las tantas formas de subestimarnos, lo que encarna en sí mismo un maltrato, incluso involuntario.

Ahora bien, el sexo ha sido utilizado para todo: para literalmente joder, para pasarla rico, para pasarla feo, para llenarse de satisfacciones, de culpas, de recuerdos, de pérdidas de memoria; incluso, se usa para victimizar y para victimizarse; eso depende del lugar de enunciación. A cada caso se le debe dar un análisis individualizado para que cualquier persona (independiente del género que representa) no saque beneficio, en detrimento del otro, con lo que se diga al respecto.

Listo, es importante tipificar qué es abuso sexual, porque, incluso, me he sentido acosada (y hasta abusada) con expresiones verbales y con gestos. Y no solo por enfermos reconocidos clínicamente (aunque también), sino por colegas y gente de por ahí. Ahora, no soy una vieja quejosa, ni me dejo influenciar por los medios populacheros; realmente, he sentido maltrato con el aval de otras personas, entre ellas mujeres (de hecho, son las más condescendientes); aunque ese maltrato no se exprese a través de una relación sexual, obligada o consentida.

Considero que encontrar la, casi, invisible diferencia entre propinarle una grosería a una persona y expresarse de forma abusiva hacia ese mismo sujeto es tan difícil como marcar con tiza, una frontera imaginaria; solo quien se siente acosado y abusado puede establecer los límites entre la grosería, el acoso y el abuso (si es que en algunos casos resultan ser diferenciados); es decir, si un abuso y/o acoso no contienen groserías y matonerías, tanto concretas como abstractas, y si un acoso no es el producto de un abuso o viceversa.

Lo que sí me queda claro es que, tocar un culo, pellizcar una teta o un pipí sin el consentimiento del Otro o de la Otra sí es un abuso; sobre todo cuando se cuenta con un lugar de poder privilegiado en la pirámide social, con el cual, se somete a alguien por sus condiciones socioeconómicas, por su grupo étnico, sus conocimientos, desventajas simbólicas y/o materiales; o por el género que encarna en su representación social. ¡Claro que hay abuso, pero por Dios!. Y es que el abuso, no necesariamente, se concentra en una acción no consentida por la parte sometida.

Por otro lado, vale la pena señalar que la agresión sexual está constituida por actitudes que Caballero señala como poco graves, tales como: impertinencia, mala educación o irrespeto, pésimo tacto y otras condiciones humillantes sobre el sujeto agredido. Si una agresión sexual no contiene estos elementos, entonces cómo es que se manifiesta ¿con villancicos y pompas de jabón? Es justamente, con esas actitudes, que Caballero señala como mal gusto, con las que se manifiesta la agresión. Ahora bien, tratar de establecer una diferencia entre el manoseo obligado y una violación es un tanto más difícil ¿acaso en la violación no hay manoseo? ¿lo uno anula lo otro?

Finalmente, lo que establece una agresión sexual lo instauran las leyes de la jurisdicción donde ocurrió la misma; esto permite que la definición sea dinámica, que cambie copiosamente y obedezca a la influencia de creencias acordadas, tanto de manera local como social. Pero justamente, eso es lo que buscan los movimientos feministas, cuestionar la “evidencialidad” de la “realidad” y del conocimiento fijado por la tradición; es una posición ética y política que desnaturaliza toda esa serie de prácticas y de concepciones que rigieron “la normalidad” o aquello que Caballero expresa como: “eso es lo normal” en la interrelación de las personas y en el ejercicio discursivo. Y no es una cuestión de simple “danzas nupciales” -como él lo sintetiza-, los seres humanos no somos solo biología, también somos seres simbólicos con alta complejidad y abstracción.

Ahora, estoy de acuerdo con que la lucha contra la cultura patriarcal puede banalizarse, e incluso, perder legitimidad por el abuso de las generalizaciones insulsas; pensar que todo es patriarcado permite creer que, también, nada lo es; que solo las mujeres somos los sujetos sometidos por el sistema machista es otro gran error que se comete (sobre todo, por quienes nunca se han interesado en leer las teorías y las tesis de los movimientos feministas); otra cosa que caricaturiza esta apuesta es la representación de distintos tipos de infantilismos, tanto mentales, como físicos, psicológicos y emocionales –asumidos por algunas mujeres- para no responsabilizarse de lo que implica la propia existencia.

Otra cosa, no toda posición ventajosa de un determinado género, históricamente sometido, implica una defensa contra el patriarcado o una estrategia de supervivencia; no, independientemente de la representación de género que se asume, el Ser sometido es dinámico (los actores sociales pueden ser los mismos, pero en diferentes roles, condiciones de renuncia, de desventaja y de provecho), aunque las reglas del sistema patriarcal son estables y propenden por la conservación de las normas que benefician a cierto sector de la población.

Me preocupa que, sectores de derecha, altamente misóginos, se encuentren tan interesados por el “bienestar” de nosotras las mujeres; sobre todo, por el de aquellas que hicieron parte activa del conflicto armado. En efecto, este será un tema que podrá salirse de las manos de nosotras mismas y, de no otorgársele un uso serio, terminará convirtiéndose en el caballito de batalla de la misma clase politiquera, abusiva y aprovechada, que ha mantenido a un gran sector de la población al margen de la historia

Siga a Periodismo Público en Google News. Suscríbase a nuestro canal de Whatsapp