Esa delgada línea entre la “Línea editorial” y la línea de sangre

Es innegable el proceso crucial por el cual está atravesando el país; no se trata, solo, de legitimar un acuerdo a través de unas cuantas firmas; es una oportunidad para repensar lo que hemos denominado: nuestra nación; para comenzar a desescalar lo más difícil, una historia plagada de mentiras, corrupción e inequidad. Para preguntarnos ¿hasta qué punto, tener al país engañado no es un delito?


Así las cosas, es preciso plantearnos una auto-reflexión con la presencia de algunos sectores que tienen participación en el conflicto armado, ya sea por su omisión, silenciamiento, activa y/o bélica posición o por su “línea editorial”.

En efecto, me estoy refiriendo a la función y responsabilidad del periodismo en este proceso histórico. Ya no es un secreto lo ocurrido con la firma Datexco -encargada de las cifras del Opinómetro- y la manera en que se construye la opinión en nuestro país; pues, según lo informado por La Silla Vacía, ex-colaboradores de dicha encuestadora denuncian que la muestra utilizada es poco representativa para dar un resultado imparcial sobre la opinión de los colombianos en diversos temas. Sin embargo, la información arrojada por el Opinómetro es una de las fuentes de El Tiempo y de La W. Valdría la pena preguntarse ¿a parte de la propaganda, qué otro factor hace que las firmas encuestadoras sean eficientes? Hasta el momento en que me hallaba escribiendo este texto, no encontré algo que garantizara al público la veracidad de los datos. Pues, solo tenía conocimiento de cooperativas que subcontratan la mayor parte del personal de la firma encuestadora y, así las cosas, comprendí que los empleados se enfrentaban a contratos laborales marca ACME.

Por otro lado, es muy común encontrar en algunos de los “incuestionables” noticieros colombianos tomar por “opinión del pueblo” los trinos que, en medio del desparpajo y del desobligante tiempo libre, hace un grupo de personas que ni siquiera da su nombre; esta misma gente que, amparada en un hobby virtual, le da la misma importancia al desescalamiento del conflicto como a los nombres de los esmaltes Masglo. De este modo, los medios convierten en “la opinión de un país” a un poco de frases sueltas escritas por Rambos del teclado, gente que no se enfrenta ni a su propia sombra.

Ahora bien, cuando desde los medios de comunicación hay auto-reflexión sobre la función de dicho gremio, como lo hizo León Valencia en la revista Semana, aparecen sus pares exigiendo que se les respete el derecho a decir mentiras, tonterías y a desinformar. Lo triste es que no puede ser una audiencia acrítica y desinformada la que valore o descalifique la labor de un periodista.

Desde otro escenario, la primera semana de julio de 2015 vimos el despliegue que, juiciosamente, hicieron los medios de comunicación, cuando confundieron a los detenidos del tropel de la Universidad Nacional, el 20 de mayo de 2014, con los responsables de las explosiones de los petardos en las oficinas de Porvenir del presente mes; en consecuencia, los movimientos estudiantiles fueron equiparados con organizaciones terroristas, como lo señaló Catalina Ruíz Navarro en su columna de El Espectador.

En este punto, considero que dicho gremio -el de los periodistas-, también debería hacer una rendición de cuentas frente al país. Porque una historia de engaños y mentiras NO es poca cosa.

En efecto, la función y responsabilidad de los medios de comunicación es tan relevante que su distorsionada relación con el contexto puede crear una historia manchada de sangre; tal es el caso de los hechos ocurridos en Ruanda, durante el genocidio que se presentó en 1994, cuando las milicias hutus llamadas Interahamwe -o patrullas de la muerte, financiadas y entrenadas por el gobierno y el ejército ruandés- recibieron mensajes de ánimo para estimular las masacres y los homicidios, desde un medio de comunicación “legítimo” como lo era, Radio Televisión Libre de las Mil Colinas o (RTLM). De este genocidio se calculan entre 500.000 y 1.000.000 víctimas mortales, adicional a ello, se cuenta con, aproximadamente, 2.690.000 exilios de la población ruandés y más de un millón de desplazados internos. Todo esto ocurrió bajo la mirada inconmovible de la RTLM, pues, informaban sobre los principios de su “línea editorial”, mientras la emisora contaba con una alta aceptación de la población, en general.

Un poco más distante a nuestro tiempo, nos encontramos con Jean-Paul Marat, relacionado con los jacobinos y reconocido miembro del Club de los Cordeliers en el escenario de la Revolución Francesa. No obstante, lo traigo a colación por la importancia que representó su periódico: L’Ami du peuple (El amigo del pueblo), que con el tiempo fue reconocido como: La ira del pueblo debido a sus reiterados embates hacia los sectores poderosos de Francia; de hecho, a través de su “línea editorial” apoyó las masacres de septiembre, en las que cientos de prisioneros políticos fueron asesinados y se estableció el Comité de vigilancia, cuya función era eliminar a los contra-revolucionarios; así las cosas, miles de personas acusadas de este “delito” fueron asesinadas sistemáticamente.

Debido a estos y muchísimos otros casos, es preciso llamar la atención sobre la responsabilidad de algunos medios de comunicación en este proceso histórico; esa actitud desobligante consistente en llenar a la audiencia de odio debe ser superada para aportarle a la paz. Esos rencores viscerales e instintivos no deberían ser utilizados como herramientas de poder y de control. Más allá de buscar la “verdad” (cosa que no siempre lo hace), la labor periodística podría mandar un mensaje que nos enseñe a ser un mejor país, uno, en el que cada uno de nosotros contribuya para alcanzar una sociedad más equitativa, justa y respetuosa.

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