¿Estamos solos cuando votamos?

¿Votamos pensando en solitario o pensando también en los demás?
Puede parecer una pregunta obvia, casi tonta, teniendo en cuenta que el acto solemne de votar se realiza en aislamiento: desde la puerta del puesto de votación nos tamizan en filas por varios filtros hasta llegar separados y en silencio a las mesas de votación. Es un acto tan solitario que de hecho es ilegal no estar sólo en el cubículo.


Pero no deja de ser paradójico que el acto fundamental mediante el cual nos hacemos parte de nuestra comunidad política sea un acto en extremo solitario. ¿Hace eso que debamos ser egoístas al votar?

Muchas cosas nos llevan a pensar sólo en nosotros mismos en nuestras vidas diarias y la individualidad es uno de los valores más preciados. Sin embargo, aunque no nos demos cuenta, la libertad en una democracia es un balance sumamente frágil de poderes y mantenerla depende profundamente de las personas que nos rodean, no sólo de las más cercanas, sino también de aquellas en las que poco pensamos.

Es tan frágil que a lo largo de nuestra vida hemos visto muchos países donde se ha roto la democracia, y se ha acabado la libertad, y por ello sabemos que la era de las dictaduras no ha acabado, están latentes y agazapadas para aparecer en cualquier momento, en cualquier lugar. El Castrismo y el Chavismo son las más nombradas, sin embargo, si revisamos nuestro vecindario encontramos que la mayoría de dictaduras en América Latina se han dado por golpes de las derechas militaristas: La sanguinarias dictaduras militares del cono sur o las de Centroamérica o el gobierno autoritario de Fujimori en el Perú. Prácticamente todos los países de América Latina han padecido gobiernos autoritarios de derecha.

Todas estas dictaduras se llevaron a cabo por parte de militares, o de caudillos que aupados en el amplio respaldo de los votantes, establecieron regímenes de terror en contra de opositores y de sus mismos seguidores. Todas ellas han tenido en común la censura y limitaciones violentas a la libertad de opinión; tortura y desapariciones forzadas a defensores de derechos humanos; aparición de grupos paramilitares, corrupción generalizada, extrema concentración de la tierra en manos de pocos terratenientes y acumulación de la riqueza en pocas personas.

Es extraño que en Colombia no se hable de un régimen autoritario: asesinato abierto e impune de líderes sociales relacionados con críticas a proyectos mineros, a restitución de tierras, a reivindicaciones de poblaciones indígenas y afro. Censura violenta a periodistas en regiones y presiones diversas de funcionarios públicos (senadores de la república y otros) a la libertad de expresión.

Aún más evidentes son la corrupción y el modelo de concentración de la riqueza: pese a que la economía ha crecido en los últimos 40 años (el tamaño de nuestra economía nos dio ingreso al exclusivo club de la OCDE), la desigualdad ha aumentado de manera sostenida. Los ricos se han hecho muy ricos y los pobres muy pobres. Somos el segundo país más desigual de América Latina sólo superados por Honduras.

La concentración de la tierra también ha empeorado a lo largo del tiempo: el 1% de los grandes propietarios tienen en su poder el 81 % de la tierra en el país, mientras que los medianos y pequeños propietarios que representan al 99% de las familias campesinas, poseen tan sólo el 19 % de la tierra. En 45 años de diferencia entre los censos agrarios de 1970 y 2014, supimos que los grandes tenedores de tierra en Colombia, las “grandes” familias y empresas, pasaron de tener 5 millones de hectáreas a tener más de 47 millones, mucho de eso por presión paramilitar.

Por lo que vemos, a diferencia de lo que se dice todo el tiempo, el modelo político-económico en Colombia no es el liberalismo o la propiedad privada, sino la institucionalidad del Estado capturada por los corruptos en función de la acumulación extrema de la riqueza en manos de unos pocos. Sabemos quienes son los corruptos, inmersos en investigaciones por trampas, asesinatos y parapolítica.

¿Cuando votamos entonces votamos solos? No, votamos por la libertad, que es la mía en medio de la libertad de todos, votamos entre todos. La democracia no es la polarización y el desencuentro entre pobladores de ciudad y de campo, de blancos, indios o negros, de paisas, costeños o pastusos detrás de rostros de políticos. La democracia no es votar por políticos.

La democracia es un encuentro de ciudadanos porque lo público y el Estado son nuestros. Por esta razón es mi decisión pensar en la vida de 8 millones de víctimas que se harán trizas si se olvida el proceso de paz, en las personas del campo que siguen perdiendo sus tierras de manera violenta; en las comunidades indígenas y afro que luchan por preservar su cultura; es mi decisión buscar un país de libertades y posibilidades iguales para todos.

Nadie representa todo eso, pero es claro que se requiere un cambio. Por eso si la política que hoy nos venden es diferenciarnos entre izquierdas y derechas, yo sólo pienso que es el momento en Colombia en que para poder seguir siendo únicos, debemos dejar de creernos tan diferentes.

mfgg11@gmail.com

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