Eugenio Díaz Castro

Pretendo recordar a este gran hombre nacido en nuestra tierra soachuna el 5 de septiembre de 1803 y muerto en Bogotá el 11 de abril de 1865, a quien vergonzosamente se mantuvo en el más absoluto olvido, por muchos años, no sé si por ignorancia o por simple incapacidad para rendirle el tributo de admiración que se merece por su insigne obra literaria.


Lo que aquí se dice es parte de la nota crítica-biográfica realizada sobre el campesino escritor hecha por doña Elisa Múgica, con aportes de don José Ma. Vergara, Rafael Maya, Antonio Cacua Prada, Jorge Isaacs e Isidoro Laverde Amaya, entre otros, muy
conocidos en el mundo literario, la crítica, la academia y la historia, que por tal razón no hace falta presentación alguna.

Don Eugenio nació el 5 de septiembre de 1804, en la Hacienda Puerta Grande, en los alrededores de Soacha, centro de intercambio entre los productos de la Sabana y los de tierra caliente. A Díaz Castro, el contacto directo con las realidades primordiales del país, a que se vio obligado como trabajador campesino, lo condujo más allá de la evocación amable a que eran aficionados algunos de sus colegas por afamados que fueran. Le había sido concedida una buena herramienta para medir el mundo. Por una enfermedad se retiró del colegio de San Bartolomé donde tuvo como discípulos a Florentino González y Ezequiel Rojas. No obstante siguió sus lecturas, como se trasluce en lo que escribió, y dijo: “En esto de la poesía, ella fue tan ruin conmigo como la fortuna en concederme plata.

Si la poesía sencilla e indeliberada es la esencia de su lenguaje, tampoco puede negarse que lo impulsa un ideal político: el de implantar en el país el socialismo católico, de cuño estrictamente personal suyo. Al hombre de Soacha lo rechazaban los radicales, que eran los socialistas de su época, a quienes incomodaba el apelativo de “católico”, justo al lado de “socialistas”. A los tres días de haberse relacionado los dos, Vergara y don Eugenio, el primero estampó lo que sigue en el prólogo del 24 de Diciembre de 1858: “El objeto que se propone el señor Díaz no es contar simplemente un cuento. De una reunión de hechos históricos pero aislados y magistralmente unidos para ponerlos al servicio de una idea, ha hecho la novela. Su idea, expresada con enérgica frase, es mostrar los vicios de nuestra organización política, analizándola para fundarla de abajo para arriba: de la parroquia lejana para la capital; el último eslabón de los tres poderes al primero”. Y se refería a La Manuela.

Como colaborador de la Biblioteca de Señoritas, le concedieron su amistad Eustasio Santamaría, Ricardo Carrasquilla, Joaquín Borda, los Ortiz y David Guarín. En algunos de los “cuadros” alude a su estrecha relación con el doctor Mariano Melendro, personaje de ese entonces, con quien se tuteaba y Vergara cita la estimación que le profesaba Julio Arboleda. En la partida de bautismo de don Eugenio se nombra a don José Antonio Díaz y a la madre doña Andrea de Castro. Eran los dueños de Puerta Grande. El padrino del pequeño José Eugenio fue don Joaquín Ortiz
y la madrina Josefa Díaz.

Existe una curiosa carta del novelista cuando trabajaba como mayordomo de la Hacienda Junca de Mesitas del Colegio, quedice:………”nunca he condecorado mi persona con cintas, cucardas, Jesuses ni otros emblemas significativos de bandos. Una larga experiencia me ha enseñado que la sangre que se derrama en la Nueva Granada para que suban a los puestos nuestros padrinos, prohombres o candidatos, es infructuosamente perdida porque lo mismo, con cortas excepciones, (excepciones que no valen la pena del sacrificio de la vida), mandan todos los partidos, y para el que vive del sudor de su frente en un retiro donde las plantas no crecen por influencia de Palacio, lo mismo es que mande el candidato A que el candidato B”.

Don Eugenio siempre fue didáctico, como si para él la enseñanza y el acto de escribir fueran un todo inseparable, de ahí que sus prédicas, si ingenuas en ocasiones, no fatigan. Incluso es posible que sus demasiadas frecuentes menciones directas o indirectas del tema de la política, sabiendo como sabemos que aunque de ideas conservadoras, no estaba afiliado a ese partido ni a ninguno otro. Pero es presumible que conservara su aprecio y respeto a los liberales que se portaban como el doctor Melendro, de quien dijo en un artículo: “Era franco y leal con sus amigos como fiel a todos sus deberes”.

En un artículo autobiográfico, Mi Pluma, confiesa don Eugenio que nunca borroneó “ni un billete de amores, ni un pido y súplico, pero ni una décima siquiera”, en cambio como se desprende de otros apartes era muy aficionado a la música, especialmente a la popular, y no, se le escapaba un compás de torbellino y la mazurca. Murió soltero, pero no resulta aventurado suponer que admiraba apasionadamente a las mujeres, de lo contrario no demostraría esa especie de secreta complicidad con que analiza sus sentimientos y las íntimas razones que le impulsaron a obrar.

En el cuadro titulado El Gorro, escribe: “Oh, cuando yo vi por primera vez una mora de 18 años llevaba sobre su cabeza (y no sobre la nuca) el gorro nacional emblemático, confieso que me quedé sobrecogido de una sorpresa indefinible. No hay adorno, que
Enaltezca tanto una ceja negra y poblada, y unos ojos de azabache, un conjunto de cara medianamente morena, como lo hace el turbante ni hay fuera de este vestido femenino, sin exceptuar la creolina, ninguno que hermosee tanto los cuerpos como los trajes de las moras. “Poner el gorro, en sentido figurado, llamaban en mi tiempo a las conversaciones amatorias; no sé si esto será lo mismo que hoy llaman coqueteo”.

El martirio funeral de Eugenio Díaz, como lo califica Vergara y Vergara, terminó el 11 de abril de 1,865, en Bogotá. Casi diez años atrás había dicho en Mi Pluma:”Viejo, enfermo y burlado de varias maneras en cuanto a mis intereses, mi pluma aparta de mi memoria recuerdos que serán poco agradables: es la esposa joven que peina mis relumbrosas canas”.

Hablando de Manuela, dijo Jorge Isaac: “Acabamos de leer la última página de La Manuela, y abierto sobre la mesa que escribimos está el libro. Difícil sería convencernos en este momento de que no hemos pernoctado en la choza de Mal abrigo, de que hemos conocido a la simpática y desgraciada Rosa, a la pobre Pía, al cura y a don Demóstenes, que no hemos cazado con Dimas, ni acompañado en el viaje a Dámaso y a su amada; hemos visto la sonrisa, oída la voz, admirado el talle de la dulce, casta y seductiva Manuela. Podríamos recorrer sin guía los bosques que el autor nos ha descrito, reconocer las aves por sus cantos, entrar en todas aquellas viviendas como un viejo amigo. Quién, después de leer la novela no se complacerá en visitar mentalmente muchas veces la casa de doña Patrocinio? Estamos en el umbral de su puerta. Don Demóstenes lee acostado en su hamaca y Ayacucho duerme a sus pies; Manuela canta y ríe en el interior; el cura reza en su breviario paseándose en el corredor de su casa; don Tadeo está en el balcón del Cabildo y sentimos contra él indignación y odio”.

Y prosigue:
“Todos los que desean a nuestra literatura nacional gloriosos días, habrán sonreído de placer también al leer páginas inmortales de La Manuela, y entusiasmados podrán exclamar al cerrar el libro: “La patria de un escritor como Eugenio Díaz, tiene literatura propia.”

Esta columna tiene como fin principal que se recuerde por las gentes de Soacha el 11 de abril de 1.865 fecha de la desaparición de nuestro insigne escritor Eugenio Díaz Castro y se le rindan los homenajes que se merece como insigne escritor y novelista
olvidado durante muchos años. Además, para que digamos como don Miguel Antonio Caro, en la primera página de La Manuela: Oh ameno narrador! Muriendo el día, / tus historias de rústicos amores/ en la choza me hicieron compañía.
Abril 11 de 2.015

joseignaciogalafrza@yahoo,es

Siga a Periodismo Público en Google News. Suscríbase a nuestro canal de Whatsapp