Juventud, Arte y Política

Como lo demuestran Rossana Reguillo (2000) y Carles Feixa (1999) en sus investigaciones, la juventud se construye en la dialéctica que se presenta entre el tiempo y el espacio a lo largo de la historia, no hay categorías esenciales que permitan hacer un recorrido lineal de su legado, ni mucho menos una forma clara en la cual se pueda encontrar un concepto indivisible para dar inicio a una relatoría de lo que ha sucedido y de lo que sucederá con ella en las diferentes etapas de la civilización.


Parafraseando a Feixa, la juventud se caracteriza como la fase individual comprendida entre la pubertad fisiológica y el reconocimiento del estatus adulto (1999), haciendo énfasis en la descripción y clasificación básica frente a las categorías utilizadas para su estudio fragmentado y simplista. La primera categoría se deriva de la condición natural y la segunda de la condición cultural. La juventud no es un tema ni un objeto de investigación in – activo que pueda ser fragmentado con fines analíticos.

Ahora, si lo que se busca es acercarse no tanto a la juventud como concepto, pero sí a la juventud como sujeto que se comunica por medio de la acción creativa, las variables en la discusión aumentan.

En la sociedad cualquier tipo de comunicación que se presente mantiene una estructura básica de construcción: emisor – mensaje – receptor, lo que conlleva a entender que no importa la manera o los medios que sean utilizados para transmitir el mensaje, lo importante es transmitir el mensaje. En la forma de construir comunicación desde la juventud, el mensaje mismo adopta la forma creativa, la forma artística en el sentido de la imaginación – creación ya que siempre busca ser publicado, además de un alto contenido político en la mayoría de los casos.

El presente documento, busca acercarse brevemente al tema de las formas de manifestación políticas no convencionales juveniles por medio del lenguaje artístico, como respuesta a la emergencia del descrédito de los modelos anquilosados de la participación política convencional y las formas de comunicación vaciadas de contenido.

Las manifestaciones políticas juveniles convencionales en Colombia

En la Constitución Política de Colombia (CPC) de 1991 en su artículo 103, se consagran mecanismos de participación, con los cuales cuenta un ciudadano para ejercer su soberanía: el voto, el plebiscito, el referendo, la consulta popular, la revocatoria del mandato, el cabildo abierto y la iniciativa legislativa.

Estas herramientas buscan posibilitar la participación de la sociedad civil y de los movimientos sociales, más allá de la representación por parte de unos pocos, según la consigna. Pero para no ir más lejos, las anteriores son herramientas que están a la disposición de quien quiera participar políticamente de la forma convencional o dicho de otra forma: están hechas para participar dentro de los espacios que propicia el Estado. Se encausa y se canaliza de ésta manera el potencial político de la sociedad en general, evitando un desequilibrio socio-político, en la medida de que una participación más activa acerca al ciudadano al proceso de la toma de decisiones.

Para los jóvenes específicamente, las herramientas para la participación política que se brindan desde la legalidad, son las estipuladas por la Ley General de Juventud 375 de 1997 y La Ley General de Educación de 1994, las cuales establecen los consejos de juventud y los gobiernos escolares respectivamente. Instancias que posibilitan un espacio, un juego de roles, enmarcado dentro de un sistema educativo que no fortalece las herramientas posibilitadas debido a su enfoque basado en logros y no en procesos; son herramientas que se siguen enmarcando en la participación ilusoria, convencional, bajo el manto de la inclusión de las minorías.

Tal vez no sea necesario hacer mención al desarrollo normativo relacionado con el tema de la juventud en Colombia, basta con mencionar que la legislación sobre el tema, se limita a encerrar en parámetros de edad a la juventud. Se reglan una serie de condiciones pertinentes para validar la forma de proceder del joven ante las diferentes instancias Estatales, la pregunta es entonces: ¿y si hay otras formas de participación política propuestas desde y por la juventud, dónde quedan?

El nómade será el personaje que rompe, desde los modelos institucionales, para adelantar su camino hacia las alternativas, de una sociedad saturada por modelos y formulas siempre implantadas como efectivas. El nómade representa fácilmente al personaje que se intenta dibujar en esta historia. Maffesoli (1990) proporciona dicha caracterización, al igual que la apropiación sociológica del concepto de tribu, que grafica el resultado del quiebre de las formas de asociación racionales modernas o como se menciona en el presente texto: las formas convencionales de participación política.

Las formas no convencionales de participación política juvenil en Suacha

“La anarquía, los graffitis urbanos, los ritmos tribales, los consumos culturales, la búsqueda de alternativas y los compromisos itinerantes, deben ser leídos como formas de actuación política no institucionalizada y no como las prácticas más o menos inofensivas de un montón de desadaptados.” (Reguillo, 2000, p. 16).

Como bien se menciona en la cita, existen paralelamente una serie de posturas, acciones y prácticas que se presentan en la forma de hacer política no convencional en la ciudad desde la juventud.

En Suacha el joven habla en sus calles, grita desde los muros de sus túneles vehiculares, exclama sentimientos variados en cada muro extendido a los costados de sus autopistas, canta, baila y poguea en sus rincones nocturnos; a la vez que reivindica una forma diferente de comunicar un mensaje político no institucionalizado, frente a la emergencia de una cultura política decadente.

Las formas de hacer política desde lo no-convencional, se hacen cada vez más públicas y están rompiendo estruendosamente los recintos cerrados, donde las agendas públicas se redactan a pocas manos, debido a la apropiación que de los territorios hace cada forma de agrupación juvenil, ya no es suficiente una política pública de prevención o de atención desde la institucionalidad.

Las formas no convencionales de participación política juvenil en Suacha, toman las formas del arte y se funden en mensajes más que contestatarios. Rompen el paradigma del modernismo afirmativo que busca la prevalencia de la forma sobre el fondo del contenido y se relega de su contacto con la sociedad, está siendo vencido por la modernidad revolucionaria, como lo ha de mencionar Berman (2006), que imprime propuestas de imaginación, creación y participación inesperadas que toman fuerza, en busca de la legitimidad de otras formas de expresión, de otras formas de comunicarse en la calle ante lo que sea que se quiera opinar, para proponer alternativas.

A pesar que desde los diferentes enfoques académicos, que se han manifestado desde la aparición de la juventud como público en Latinoamérica, hayan tenido como objetivo definir dicha categoría desde diferentes lentes de objetivación para lograr entender sus comportamientos desenfrenados y poco aplicables a la comunidad, el siglo XXI esta asistiendo a la explosión de la comunicación, que se entrelaza por lo textual y lo visual, que alza la voz desde lo musical hasta lo corporal, que desde las representaciones básicas de símbolos ritualizados por la sociedad del consumo asume posturas re-significantes que se apropian de significados dominantes y construyen significantes colectivos.

El siglo XXI esta asistiendo al discurso activo de los jóvenes que se quieren comunicar, ¡y se comunican!, desde el vacío y la contradicción de la ineficacia de las instituciones de socialización formales establecidas desde la tradición, bombardeando espacios de legalidad, de impunidad y de castración de la imaginación que asesinaban la acción – creativa social, por medio de las manifestaciones creativas con forma artística y de fondo político.

Quizás sea necesario asistir al evento propuesto por Jesús Martín Barbero (1998), cuando se refiere a la construcción de un nuevo mapa cultural para Colombia, para la ciudad de Bogotá, haciendo mención a la forma como se va construyendo la ciudad desde lo rural hacia lo urbano, donde conviven las tradiciones junto con las innovaciones y las constantes influencias externas del mundo en conexión, movimientos que permiten nuevos lenguajes y nuevas formas de comunicación. Pero además, siguiendo las líneas del Uruguayo Clemente Padín (2006), sólo queda por decir que

“por más que el sistema quiera cegar o cubrir con un manto de silencio o tergiversaciones los sentidos que despierta, el arte nunca podrá dejar de significar o aludir a la realidad, aunque simbólicamente podrán estar un poco más acá o más allá, pero nunca afuera.”

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