La conflictiva relación entre fe y política

La fe no admite discusiones. En cambio la política es el campo de la deliberación, de la controversia, de la discusión argumentada. Me refiero a la política democrática. A la que Jurgüen Habermas gusta en llamar “democracia deliberativa”. En el mundo de la FE se cree o no y punto. A cambio del ciudadano, el griego y el moderno, dotado de razón o de “razón comunicativa” para seguir parafraseando al filósofo alemán, las iglesias como institución creadas para la administración de la fe, se nutren de siervos que obedecen ciegamente a sus pastores.


Así no se comparta, es un mundo respetable. Es un derecho del ciudadano profesar y practicar una fe religiosa. Aceptar que su vida sea gobernada por valores morales que provengan de esas creencias, siempre que ellas no transgredan las leyes humanas que materializan el pacto social de toda sociedad, es una decisión individual que debe ser respetada por el Estado. Los constituyentes de 1991 así lo asumieron y también supieron como nuestros liberales radicales del Siglo XIX, que era sano superar de una vez por todas la captura católica del Estado y garantizar la libertad religiosa. Y con ello, la Constitución del 91 avanzó en ofrecer un marco jurídico de igualdad para las diversas iglesias que hacen presencia entre nosotros.

Insisto, la fe corresponde al ámbito de lo privado. Pero, las iglesias, distintas a la Católica, animadas por las nuevas garantías constitucionales y creciendo al mismo ritmo que se derrumban los grandes meta relatos de la modernidad, se dejaron seducir por la política. Y se decidieron a construir proyectos políticos partidarios que se nutrieron de ellas financiera, electoral e ideológicamente. El Partido Nacional Cristiano de Claudia Rodríguez de Castellanos y el MIRA de María Luisa Piraquive, han sido los casos más exitosos. Decisión que ha sido considerada como una muestra de pluralismo de nuestro sistema político, aunque tuviésemos que lidiar con el riesgo fundamentalista en el debate público.

Seguramente el episodio del MIRA no tuviese la misma trascendencia si no existiera esa relación directa entre iglesia y partido, entre fe y política. Claro que las autoridades deben esclarecer si existen conductas ilegales en la Iglesia de los Piraquive. Y que el Congreso a elegirse el próximo 9 de marzo debe reglamentar con mayor rigor el funcionamiento y financiación de todas las iglesias. Pero el debate no se agota allí. Porque el escándalo radica en que un partido que proclama con tanta vehemencia la igualdad, la inclusión y la superación de las discriminaciones dependa umbilicalmente de una iglesia que por “razones” teológicas prohíba el púlpito a personas en condición de discapacidad. En gracia de discusión podríamos aceptar que ello sea válido para la iglesia, pero el reclamo de coherencia para el MIRA en esa materia es totalmente válido. Incluso me pregunto si el Estado no está obligado a hacer cumplir en la Iglesia un reclamo de igualdad de esta población si alguien así lo exigiera.

En otros asuntos se ha revelado como problemática la relación del MIRA con su Iglesia. La revista Semana publicó unos supuestos correos entre la senadora Alexandra Moreno Piraquive y su madre en la que le reclama las actuaciones del senador Carlos Baena en el Congreso de la República respecto a los derechos de los matrimonios homosexuales. Para la senadora resultan inaceptables las posiciones de Baena porque violan los preceptos divinos. Tan problemático como cuando católicos recalcitrantes o actores políticos ligados a otras iglesias pretenden imponer sus creencias morales en temas como el aborto o los derechos de los LGBTI o la educación sexual y reproductiva al resto de los ciudadanos que no comparten su fe.

En otros momentos esa relación problemática entre fe y política ha tenido consecuencias funestas y sangrientas. Hasta la Teología de la Liberación que sirvió de fundamento a la muchas veces justa insubordinación armada en América Latina, dejó un legado fundamentalista en las izquierdas de esta parte del continente. Y hasta una manera de pensar religiosa hace presencia en nuestras controversias políticas a lado y lado del espectro ideológico. La veneración al líder, las verdades absolutas, el maniqueísmo y la intolerancia extrema son valores propios de las religiones. Con razón el filósofo colombiano Rafael Gutiérrez Girardot nos invitaba a hacer una sociología de las religiones para explicarnos la violencia política en nuestros países.

No estoy pidiendo el imposible de que quienes hacen política se despojen de sus convicciones personales en materia religiosa. Para quienes así lo quieran ellas son fuente de su comportamiento público. Pero deben saber que en la arena pública esas convicciones tendrán que ser discutidas y negociadas con otras convicciones. Y para ello los partidos son el mejor instrumento democrático. Ojalá actuando lo más lejos posible de los dictámenes de las iglesias.

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