Nuestro planeta tiene cementerio espacial

Nadie pasa por allí y dicen que hasta pocos peces hay. Es la nada, aseguran. El humano más cercano anda a miles de kilómetros.


Es la nada, pero no está vacía. Allí, a casi 4.000 metros de profundidad, en el Pacífico sur se encuentra el Punto Nemo, un cementerio espacial.

Queda en el lugar más remoto del sur de ese océano, a donde son dirigidas las naves y satélites que reingresan a la atmósfera tras haber cumplido su misión.

Son operaciones controladas, a diferencia de la caída de artefactos que no pueden ser manejados, como la estación espacial china Tiangong-1 que a comienzos de la semana cayó en el Pacífico, no sobre Nemo pero sí en ese, el mayor océano del planeta, por pura coincidencia al noroeste de Tahití.

En ese punto, llamado así en recordación del personaje en la novela de Julio Verne 20.000 leguas de viaje submarino, están los restos de cientos de aparatos que un día estuvieron en el espacio. Un cementerio que empezó a ‘funcionar’ en los 70.

Se conoce también como Polo Oceánico de Inaccesibilidad (hay polos inaccesibles en otros océanos y en superficies continentales). Son los sitios más lejanos de cualquier asentamiento humano y Nemo es el más remoto, por el que casi nunca pasa un buque.

La tierra firme más cercana se encuentra en la isla Ducie de las islas Pitcairn, la isla Mota Nui de las islas de Pascua y la isla Maher de la Antártida.

Estos polos se establecen por triangulación.

¿Pero por qué se habla de cementerio espacial en un recóndito lugar del océano?

Satélites espías, restos de tanques de cohetes, estaciones espaciales y cargueros que llevaron suministros a la Estación Espacial Internacional. Son hasta hoy 263 bajo el agua del Pacífico luego de ser enviados a ese destino final.

La ‘tumba’ más famosa es la de la estación espacial rusa Mir, de 122.000 kilos, que yace desde 2001, según un informe de la revista especializada Popular Science.

Y en unos años ese honor lo tendrá seguramente la actual Estación Espacial, que entre 2024 y 2028 dejaría de funcionar y será enviada al Punto Nemo, una maniobra delicada por el tamaño de casi un campo de fútbol y su peso superior a las 500 toneladas.

Antes llegarán más objetos. En lo que va de este año reingresaron a la atmósfera 20 satélites, de acuerdo con el seguimiento de la Corporación Aerospace, pero muchos de estos artefactos no tienen motores que permitan su control y caen libremente.

Se sabe de unos 50 que cayeron sobre tierra firme, el último en noviembre de 2016 en la región cercana a Oddanchatram, India.

Pero tener motores no es sinónimo de éxito: el laboratorio espacial estadounidense Skylab no pudo ser manejado con precisión y algunas de las piezas que sobrevivieron el reingreso cayeron en Australia en 1979.

No pasa un día sin que alguna pieza de la basura espacial reingrese a la atmósfera, dice un reporte de la Oficina de Residuos Espaciales de la Nasa. Por lo general pequeños fragmentos de satélites y otros dispositivos que se consumen en las capas altas, algunos producidos en choques en órbita.

Pero de los objetos controlados que llegan al Punto Nemo, la mayor parte es de origen ruso: 190, seguidos por los norteamericanos con 52. Les siguen Europa con 8, Japón con 6 y un tanque de una segunda fase de un cohete de la firma privada Space X (estadounidense) que llegó en septiembre de 2014.

Las aguas en el Punto Nemo son frías y las corrientes oceánicas impiden que llegue buena cantidad de nutrientes. No hay mucha vida. Es un cementerio silencioso que seguirá recibiendo los restos de la tecnología humana que regresa del espacio.

Fuente: ElColombiano.com

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