¿Por qué vamos contra lo evidente?

En cierta ocasión, el dueño de una de las haciendas más grandes de Bogotá en las primeras décadas del siglo XX estaba en una notaría en compañía de sus abogados. Dentro de su gestión tuvo que escribir algún documento que contenía la palabra hacienda, la cual el flamante propietario escribió sin hache. Ante esta situación, uno de sus asesores, no se aclara con qué intención, le hizo referencia al craso error de ortografía. Frente a la corrección que le hicieron, el hacendado le pregunta al abogado: “¿cuántas haciendas tiene, doctor?” Un tanto confundido, el jurisconsulto contesta “ninguna”. “Bueno”, responde el señor de las tierras, “yo tengo siete haciendas sin hache”.


Esta y otras historias que enriquecen al imaginario popular forman parte de los recursos argumentativos que tienen muchas personas para justificar el nulo esfuerzo de ellos o sus dependientes para estudiar. ¡Grave error! No podemos defender de una manera tan simplista la apatía. Está comprobado, a través de modelos econométricos, que la inversión en educación es de los negocios más rentables en el momento.

Para lo anterior, sirve la aclaración: no solo las ganancias son en dinero; son en modelos de pensamiento, en actitudes de vida, en la mejora de la calidad de vida, en las oportunidades de vida, en la interpretación de la felicidad, en fin, se encuentran en muchas otras dimensiones, incluso poco exploradas.

Reflexionemos por un instante sobre el caso de las tres personas que exponemos a continuación. Los analizaremos a partir de dos variables: los años de escolaridad y un capital X. El señor A tiene cinco años de escolaridad (quinto de primaria); el B, once años de escolaridad (bachiller), y el tercero, el C, dieciséis años de escolaridad, profesional universitario sin especialización. Todos los anteriores cuentan con cien millones de pesos de capital en su cuenta corriente o de ahorros.

Al respecto, hago las siguiente reflexiones: creería que el señor A ni siquiera tendría una cuenta corriente o de ahorros por lo discrepante que le resultarían los procesos y la inseguridad de su percepción hacia estos. Es posible que ese dinero esté en la casa, literalmente debajo del colchón. Su campo de posibilidades laborales será escaso; puede desempeñarse en construcción y, en general, en donde la mano de obra no sea calificada. El señor B en alguna circunstancia podría tener una cuenta de ahorros y no cuenta corriente. Tendría cierta familiaridad con los procesos bancarios. Es posible que se ubique como mensajero, conductor de servicio público, auxiliar en algún proceso no técnico, y que su expectativa de inversión sea la compra de un inmueble (lote o casa lote); sin embargo, no tendría suficiente para terminar su inversión o la compra de un taxi, o quizás podría montar una microempresa, aunque con mucho riesgo. En cuanto al señor C, es factible que tenga un servicio de cuenta corriente, un análisis un poco más técnico de las posibilidades de inversión y de lograr que ese dinero le genere renta.

En fin, creo que muchas personas tendrán una expectativa diferente de esta situación, pero me gustaría que realizara esta reflexión para ver qué conclusiones puede sacar sobre la inversión en educación para usted y su familia.

Erwin Rubiano Ramírez
erwinrubianbo23@hotmail.com

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