¡QUIERO SER PROSTITUTA!

Entender los pensamientos como los que suscita el título de este artículo, nos abre un camino un poco desfigurado en tanto a las aspiraciones de los escenarios juveniles que están vigentes en la actualidad. Decir que ahora las oportunidades son más, que aquel que quiera estudiar sólo necesita ganas, que las infinitas puertas para los jóvenes se encuentran abiertas y disponibles solo para ellos será un tanto irónico si nos ubicamos en las precariedades de la vida misma de aquellos jóvenes de los que hoy sólo señalamos la frialdad con la que construyen su futuro.

Los escenarios educativos tradicionales se han transformado, los jóvenes son de otro tipo, la modernización ha hecho cambios tan significativos que a pesar de la poca diferencia de edad entre las dos partes educativas, las desigualdades entre los nuevos profesores y los nuevos estudiantes son abismales; nos enfrentamos a otro tipo de vida juvenil, a una juventud del éxtasis de la vida ilimitada, del afán de vivir, de sobrevivir y pasar sobre las estadísticas de los 22 años antes de morir en alguna guerra.

No es de señalar estos aspectos, a priori, pues perteneciendo a una generación joven sentirse descontextualizado no resulta tan fácil de asumirlo, los “Profes” jóvenes estamos pasando de moda, estamos viviendo en dos épocas alternas y en las dos seguimos con la idea de transformar todas aquellas realidades que se nos presenten, esa “cosa” llamada altruismo, es la que tiene a los jóvenes profesores de frente ante esta nueva educación y este mundo deshumanizado.

En los espacio de formación académica existe una cosa llamada “práctica educativa”, donde nos abren zonas en instituciones con diferentes fines, para poner a prueba nuestras aptitudes y conocimientos, es algo así como experimentar con humanos, pero legalmente.

Las diferentes problemáticas y los escenarios propios, culturales y sociales de los cuales son extraídos los niños, niñas y jóvenes, que se encuentran en estas instituciones de protección, para no denominarles como “cárceles con pasto”, crean nuevos espacios de interacción, esos micro mundos externos, se unifican y se convierten en un solo mundo, donde los conflictos propios se unifican y crean espacios de violencia aún más recurrentes que de los lugares donde fueron extraídos.
Este trabajo con los jóvenes se hizo necesario, pues la figura de poder y autoridad dentro de las dinámicas de los habitantes del internado (Institución de protección) se ve representada por medio de la violencia y son legitimadas por ellos mismos; por tal razón se crea la necesidad de primera medida en intervenir de alguna manera a esta población, modelos a seguir de sus pares y menores.

Mi Proyecto de Líderes

La idea central de crear líderes sonaba algo descabellada, pues no es consecuente con lo educativo pensar en “crear” cosas u objetos con el mismo racero que con los seres humanos, pero al contextualizarnos encuadraba perfectamente; los modelos a seguir por los y las niñas del internado estaban reflejándose en las acciones negativas de sus mayores (los adolescentes) , sus pasos a seguir son cada uno de los comportamientos agresivos, las palabras ofensivas, el desprecio, el abuso la discriminación y todo tipo de actitud negativa estaba siendo copiada y reproducida por los menores.

En todo un reto se había convertido el darle forma a este proyecto, nosotros los nuevos docentes, los mediatizados, modernizados y jóvenes, intentaban enamorar de la vida misma y no de la vida fácil a otros jóvenes, estos, mucho más estériles antes las dinámicas que enredan al mundo, mucho más alienados culturalmente y extremadamente desinteresados de toda formación en tanto social, como política, convencerlos de algo de lo que aún nosotros no logramos entender, esa era la tarea dura, no entenderlos, sino muy al contrario enternerNOS, como jóvenes.

Enfrentase con la realidad de un país no resulta tan gratificante como lo creemos desde los imaginarios educativos y teóricos, hablar de modelos pedagógicos y de una educación significativa, renovada y hasta revolucionaria, raya con las realidades a las que nos vemos enfrentados diariamente, la utopía de la vida, de la transformación y de una verdadera educación, nos queda grande en palabras y corta en acciones, pues es mucho más fuerte el contexto donde las oportunidades se evaporan en el humo de un “porro de marihuana”, en una “aspiración de Bazuco” o en la corrida después de una “puñalada”, las oportunidades escasas y los jóvenes cansados; a esto es a lo que le apostamos como “Profes”, a luchar contra la espantosa realidad, que muchas veces se nos escapa ante nuestros ojos; pues ya en tanto, estos “antiguos jóvenes” no cargamos con ese afán de sobrevivir como aquellos “pelaos” que no le temen al rigor de una noche de calle y adrenalina.

Pensar en principio en un proceso de transformación con los jóvenes de esta “institución” tuvo buenas intenciones, pero las posibilidades de realización estaban totalmente limitadas; una interacción con los jóvenes más cercana solo lo podría lograr si, y solo si, dejaba mi aspiración de profesora y actuaba como otra joven al igual que ellos.

El encontrar algunos espacios no formales me permitieron conocer esas historias detrás de aquellos jóvenes que me miran como yo miraba a mis profes, esos que me levantan los hombros cuando les decía –“silencio”, tal cual como yo lo hacía, esos jóvenes que se alegraban cuando los sacaba de las otras clases porque -“capamos la clase del hijueputa ese”.

Una infinita responsabilidad tenía al hacer que ese nuevo espacio no se convirtiera en un sinónimo de la máxima expresión por una clase, no quería en realidad ser la “hijueputa” -que viene a inventar vainas con nosotros-, y debo decir que muchos madrazos si me gané, y aún más malas miradas, pues ganarse un espacio en ese fastidio generalizado de los jóvenes no es tan fácil ni mucho menos resulta pedagógico decirles -“que decidieran dónde querían estar, si en sus clases de matemáticas o conmigo”, no era la mejor manera de desarrollar un “proyecto educativo” como tal, pero era eso o nada.

Fue el gran reto ese de sacar el espíritu de Profe seria y aburrida para obtener respeto, atención y el deseado “silencio” para luego ser la “Profe” que nos enseña cosas divertidas.

Esto cuestionó totalmente mi práctica y me llevó a sacrificar los resultados esperados por el proyecto y mi nota, para atender las situaciones del hoy y el ahora, de lo momentáneo para ellos, sacrificar este proyecto significo conocer y valorar la profesión, la verdadera vocación de darlo todo y recibir nada o muy poco.
Yo no podía desconocer sus realidades tan próximas y tan lejanas a la vez, cómo podría yo hablarles de “liderazgo positivo” u obligarlos a leer, por más persuasivos que muchas veces resultaran los libros, cómo obligarlos a ver la realidad del país, si su realidad es muchísimo peor, cómo podría hacer eso una estudiante que desea titularse como educadora de seres humanos si desconocía que ellos estaban internados a la fuerza, que la mitad de sus familias estaban en las cárceles del país, o que sus amigos más cercanos los habían matado otras pandillas, no, yo no podía desconocer sus propias vidas. Esto tan romántico aquí descrito anteriormente, se llama “VIDA REAL”.

Lo inmediato, esa fue mi función “atender” lo emergente, trabajar con todos los grupos, meter a mi salón a los que evadían clases, recibir a los que se peleaban, aprender a tolerar y escuchar la música que colocaban en mi salón, como condición que ponían ellos para no salirse, consentir a los más pequeños cuando rompían algún vidrio porque su “mamá tampoco vendría este viernes por ellos para llevarlos a casa”, consentir, eso es un decir, yo no podía dar mi brazo a torcer.

Escuchar, aprender, observar, no perder de vista a ninguno, tener 38 ojos, porque a cada uno debía prestar atención, a sus movimientos sus palabras, sus miradas tan duras y engañosas, callar cuando una de ellas contaba cómo la habían abusado, escuchar cuando ellos contaban como aprendieron a fumar y qué tipo de drogas habían consumido en sus largos 12 años de vida, esas son las clases en las que yo aprendía más de la vida.

Luego de dos años junto con ellos, ver realmente sus cambios físicos y emocionales, me dejan miles de interrogantes en torno a qué quedó en cada uno de mis estudiantes, luego de estos años de compañía, en saber si esa niña de 13 años que muy convencida quiere ser prostituta, aún conserva esos deseos. Si la vida difícil de la que se habló en cada sesión la logró seducir, si cada historia, película, libro o diario la convenció de creer que el camino difícil y largo será el más satisfactorio, si cada relato de sus compañeros toco sus duros argumentos; una adulta en un cuerpo de niña hablaba de su pasado como el comienzo de su futuro, sus abusos la convirtieron en “-la chica que todos los hombres deseaban-“, argumento que muy bien tomó para entender a su corta edad el valor que toma un cuerpo ante los ojos de un horda de hombres que “–Pagarían por mí, yo lo sé Profe“.

Para finalizar estas vivencias que hicieron dos años de aprendizajes, de nuevos mundos, quedan dos sensaciones, una de angustia al ver que estos nuevos jóvenes nacen en un mundo donde su mayor reto es sobrevivir a la vida diaria, a la ilusión que tienen de poder llegar a mi edad, a no morir siendo jóvenes.

La segunda es una sensación de esperanza, esa, que hay en cada uno de ellos, al ver como a pesar de cada situación guardan sus deseos y sueños, por tener una casa grande, a su mamá con ellos y ellas, de jugar futbol, de ser abogado o médico; eso sí, no puedo negar que aprendí mucho más de ellos, que ellos de mí, descubrir nuevos mundos de calles contadas por los sobrevivientes, entender los grafitis y más que todo respetar y valorar cada canción que retumbaba en ese salón que nos escuchó crecer, hacer silencio y leer lo que cada prenda de vestir, señal, maña y grosería traía con si, esa historia que deseaba ser escuchada.

Por mi parte me queda esperar que esta nueva generación que conformamos sea la trasformadora y la que como lo decía Garzón tomaría el control de nuestro nuevo hoy.

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