Sin ton ni son

Hace cerca de un mes en este periódico se decía que desde el 30 de octubre Anapoima realizaba el XXI Concurso Nacional de Bandas Musicales «Pedro Ignacio Castro Perilla», y que Soacha no participó en él. Que este concurso busca fortalecer las tradiciones culturales de los cundinamarqueses y estimular las expresiones artísticas y culturales de las Bandas de viento. Soacha que había participado en otras ocasiones no pudo hacerlo.


Al conocer tal información, la primera pregunta que cualquier desprevenido se hace es, ¿será que se acabó la Banda Municipal? ¿Será que su director no podía dirigirla? ¿Será que no había dinero para cubrir los gastos de su desplazamiento y permanencia en el Municipio de Anapoima? ¿Será que la Banda se acabó o que la dependencia municipal que la tiene a su cargo carece de dinero para hacerlo? ¿Se olvidaron las autoridades municipales que la Banda de Soacha que ha sido en diferentes oportunidades la ganadora de este tipo de concursos? Será que a la Secretaría de Educación volvieron los mismos de antes? ¿Será, entonces, que se olvidó, por sus gobernantes, que la cultura musical de Soacha fue durante muchos años una época dorada de nuestro terruño?

Si todo esto ha sido así, recordemos, como en diferentes ocasiones, que Soacha fue siempre fiel exponente del criollismo lírico que se movía en el ambiente bohemio y que, a través de sus máximos exponentes lo daban a conocer con el acervo sonoro de la música criolla que insinuaba los versos de nuestros viejos poetas nacionales.

Fue así, como entonces, nació la idea de la creación de una Banda de Músicos que alguien propuso en el Concejo por allá en los años cuarenta y que contó con el apoyo, no solo de la entidad edilicia, sino también de la ciudadanía en general que impulsó esta gestión. Así, se compraron los instrumentos y se dieron los primeros pasos, llamando a los jóvenes de la época que quisieran vincularse a ella y que contaran con especial disposición musical.

Se iniciaron las clases y creció el entusiasmo entre la muchachada, pero al poco tiempo, Oh Sorpresa. Los instrumentos que se guardaban en un sitio especial designado al efecto por el Alcalde Octaviano Rodríguez, como por arte de magia, desaparecieron sin que quedara el mínimo rastro de los artistas que causaron esta tan singular y grotesca desaparición. Naturalmente, hasta aquí llegó la historia de nuestra primera Banda, de la que únicamente quedó el recuerdo del Alcalde de tal época, recuerdo que se repetía permanentemente entre los jugadores de parqués cuando los dados indicaban ocho puntos, pues automáticamente los participantes decían en voz alta, Octaviano Rodríguez, no sé si como recuerdo de la Banda Municipal que tanta expectativa despertó, o como señalamiento del funcionario en cuyo mandato ocurrió tal «bandicidio».

Pasaron los años y el 8 de junio de 1991 el Concejo Municipal, mediante Acuerdo número 12, creó la segunda Banda de Soacha, que inició labores en enero del año siguiente con 25 jóvenes estudiantes, e hizo su debut el 1º de agosto de 1992 en acto oficial en el Club Deportivo Tequendama, en donde se realizaban sus ensayos y se hallaba adscrita a la Secretaría de Educación, Casa de la Cultura. Inicialmente contó con 47 músicos y 8 en formación y con promedio de 20 años, siendo la menor Andrea Gelves con 13 y el mayor con 27, Manuel Gelves. La primera se desempeñaba en la percusión y el segundo, como primer trompeta. Su director ha sido e Maestro Guillermo Escobedo Rodríguez, nacido en Manizales y con todos sus estudios en Bogotá. Bachiller del Instituto San Bernardo de La Salle, Administrador de Empresas del Externado, discípulo de su padre, el maestro Jesús Escobedo y del profesor Arcadio Rodríguez, de la Filarmónica de Bogotá. Además diplomado en dirección de Bandas de la Universidad de Nariño y monitor de la Dirección del Programa Nacional de Bandas del Ministerio de Cultura y con estudios de dirección con los Maestros Eduardo Carrizosa, Néstor Calderón, Germán Gutiérrez, Mitsua Nonami, Gerald Brown y Fernando León, entre otros.

De otra parte, el Director, señor Escobedo, logró orientar y consolidar la Banda como una institución cultural de corte sinfónico con una firme estructura administrativa, con apoyo y respaldo permanente y una organizada escuela de formación musical que le permite proyectar su labor y resaltar los jóvenes talentos musicales del Municipio de Soacha. No olvidemos que esta Banda fue durante mucho tiempo la encargada de animar las temporadas de la Plaza de Toros de Santamaría de Bogotá.

No se puede, entonces, señores soachunos y autoridades municipales, dejar pasar las manifestaciones de cultura en nuestra tierra, pues ellas son el patrimonio de sus gentes. Tampoco olvidarnos de quienes, como particulares, trabajaron en desarrollo de la Banda, que también estuvo invitada a principios de la primera década de este siglo, al concurso de Bandas de la ciudad española de Valencia, como a mí me consta, y a la que no se pudo asistir porque el Presupuesto no alcanzaba para llevarla con la inmensa cola que hacía fila, encabezada por la entonces, inexplicablemente, directora de La Casa de la Cultura y ex concejal, en representación de un Barrio cercano al Vínculo que, afortunadamente, la corrieron de la política de Soacha.

¿Qué pasará, señores soachunos, con la Banda? No habrá dinero para ella pero sí para ciertas fiestas organizadas por la Secretaría de Educación que en su último festival de diciembre, hace dos años, dejó millonarias pérdidas que le costaron el cargo a un alto empleado de ella y nada más se dijo?

No olvidemos soachunos que la cultura del teatro también hizo historia en nuestra tierra, pero se acabó porque no había dinero para ayudarla y recordemos, por ejemplo, que en el Teatro Bolívar, cuando aún se encontraba en obra negra, se oían las bellas voces y los compases de zarzuelas presentados por grupos juveniles que nos hacían imaginar los escenarios de Madrid, Sevilla o Barcelona, cuando se interpretaba la Jota o el Chotis, por Aida Vejarano, que mostraba sus condiciones de una Carmen Amaya criolla. Oíamos también piezas maestras del Barberillo de Lavapiés en su intriga política durante el reinado de Carlos III, con los episodios amorosos de Paloma con Lamparilla y la marquesa de Bierzo con Luis de Haro. Y, finalmente, que recordemos ahora, aquel sainete lírico de don Francisco Alonso, de bellísima música y picante tema que nos entregan Conchas, Francisco y su tío Casildo, y toda una trama que se desarrolla en el colegio las Leandras que alguien creía era de vendedoras de amor.

Bella época esta que fue de cultura en nuestra tierra que hoy no se ve, porque dizque no hay dinero. Bella música la que se interpretaba por las bellísimas voces del grupo organizado por Margarita Vejarano, que hoy descansa en paz, con los hermanos Jorge y Cecilia Monsegny, Fernando Rico Osuna y Carlos Romero, quienes desde el más allá recordarán los éxitos de que fueron partícipes en una época en que todo era difícil porque no había dinero ni sitios para sus presentaciones, y tampoco había Secretaría de Educación, ni presupuesto millonario, y mucho menos Casa de la Cultura ni Instituto Municipal para la Recreación y el Deporte, ni era el Alcalde el señor Nemocón que no tiene dinero para las manifestaciones culturales. Se creó, nuevamente, el no hay dinero para eso, o mejor, el gobierno Sin Ton Ni Son.

joseignaciogalarza@yahoo.es

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