Una lección de perdón

Una verdadera lección de perdón nos acaba de dar Liliana Lizarazo. Ella, en su condición de madre de Diego Felipe Becerra, el joven grafitero asesinado el pasado 19 de agosto en Bogotá, perdonó públicamente al patrullero de la Policía Wilmer Alarcón sobre quien pesa una solicitud de condena de 40 años de prisión como responsable de estos hechos, por parte de la Fiscalía General de la Nación.


Al estar cerca de esa persona uno no puede sentir odio ni rencor, le dijo Liliana a Angelina Vargas, madre del patrullero luego de la audiencia de imputación de cargos contra su hijo.

Ya sabemos que el perdón es insuficiente. Pero no debe olvidarse. Como tampoco la valiente lucha de las víctimas de las distintas violencias que nos acechan. Solo que, en medio de mentiras oficiales y silencios ilegales, de impunidades históricas y recientes, y de peligrosas heridas sin cerrar, la sociedad colombiana decidió con razón colocar el acento en atender los justos e inobjetables reclamos de las víctimas por verdad, justicia y reparación.

Pero insisto, si queremos la reconciliación necesitamos construir una capacidad social para el perdón, en un contexto como el nuestro acechado por el deseo de venganza. Y aclaro, sin olvido. El olvido es una mala compañía para el perdón cuando se quiere reparar definitivamente a las víctimas.

Esa es lo que seguramente hará Ana Teresa Bernal con la recién creada Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación de Bogotá. Está obligada a hacerlo. Esta Consejería se crea en cumplimiento de la responsabilidad que establece para las autoridades territoriales la Ley 1448 de 2011 o Ley de Victimas. Vale la pena resaltar que aunque la Ley en su artículo 174 obliga a gobernadores y alcaldes a “liderar, diseñar e implementar planes, programas y proyectos que garanticen los derechos de las víctimas”, el alcalde Petro ha tenido el acierto de asumir esa responsabilidad al más alto nivel adscribiéndola directamente a su despacho.

Acierta también designando a Ana T como Alta Consejera. Es una luchadora por la paz de toda la vida. Nació a la vida pública junto a la irrupción del Movimiento Ciudadano por la Paz en la década de los ochenta. Lideró el Mandato Ciudadano por la Paz. Fundó y dirigió Redepaz por más de 15 años. Acompañó con decisión y tesón procesos de paz de diversa índole: los que derivaron en acuerdos con las guerrillas y los que emergieron de la iniciativa ciudadana en municipios y regiones. Y conoció como pocos el doloroso rostro de la guerra haciendo parte de la Comisión Nacional para la Reparación y la Reconciliación.

El reto de Ana T es inmenso. Solo en condición de desplazamiento, mal contadas, la ciudad tiene 315.000 personas. Pero hereda también programas e instrumentos legales y normativos como el Acuerdo 370 del 2009 que serán un insumo para la política que tendrá que formular y ejecutar. Con ella, a lo mejor la ciudad podrá ver replicada por montones el ejemplo de la madre de Diego Felipe.

@AntonioSanguino

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